En un pequeño taller de madera vivían dos herramientas muy distintas. La primera era un martillo brillante, fuerte, pero impaciente; siempre quería terminar todo rápido, sin detenerse a pensar. La segunda era una pequeña lima de metal, modesta y silenciosa, que avanzaba lento, pero constante, dedicando tiempo a cada detalle.
Un día, el maestro artesano les dio la misma tarea: pulir una pieza de madera hasta dejarla perfecta.
El martillo golpeó la superficie con prisa, confiado en su fuerza. Terminó rápido, pero la pieza quedó marcada, dispareja y con astillas. Molesto, culpó al tiempo, al material y a la tarea.
La lima, en cambio, comenzó despacio. Observó la pieza, planificó sus movimientos y trabajó poco a poco. No parecía avanzar, pero cada trazo era firme y cuidadoso. Al final del día, su pieza brillaba suave y pareja. El artesano sonrió satisfecho.
El martillo, frustrado, le preguntó a la lima cómo lo había logrado.
La lima respondió:
—No soy más fuerte que tú. Solo aprendí a organizar mi tiempo, a observar antes de actuar y a trabajar con constancia. Eso es lo que realmente transforma cualquier tarea.
Desde entonces, el martillo comprendió que el camino rápido no siempre es el mejor, y que la paciencia y la organización eran herramientas más poderosas que cualquier golpe.
Fábula original de Ángel Hernández, creada como recurso formativo para la autogestión del aprendizaje.